Solemos decir con frecuencia que las lenguas clásicas son una
fuente inagotable de términos científicos. Esto no nos sorprende, pues se
comprueba a cada paso que los étimos grecolatinos están presentes en la
terminología científica de las Ciencias Naturales, la Medicina, la Química y la
Física, etc. Sin embargo sí resulta sorprendente cómo entre los aparatos de las
modernas tecnologías electrónicas, nacidas ante nuestros propios ojos y que no
han tenido contacto alguno con el mundo clásico, también se encuentran ecos
clásicos.
Así puede deducirse de lo acontecido hace escasas fechas en
cierta clase de ESO donde el profesor trataba de alfabetizar a sus alumnos, es
decir, de enseñarles el alfabeto griego. En medio de tan ardua tarea, el
pedagogo iba pidiendo que recitaran de memoria, primero a coro, más tarde
individualmente, la lista ordenada de letras griegas.
Fue entonces cuando aquella alumna comenzó a desgranar la
retahíla: “alfa, beta, gamma, delta, éricsson,…”.
La cosa no mejoró, pues más adelante un alumno del mismo
grupo, con más intención que acierto, llegó casi hasta el final de esta manera:
“…ómicron, pi, ro, sigma, pau,…”. Sin duda, un aficionado al baloncesto o un adelantado
a su curso.
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