Dentro del legado de los romanos
al mundo occidental destaca de manera especial el calendario. Nosotros contamos
el tiempo empleando una división del año solar en doce meses de 30 o 31 días,
excepto febrero, que tiene 28. El
responsable de que esto comenzara a ser así fue Julio César. En el año 47 a.C.
encargó a Sosígenes de Alejandría, un astrónomo griego, que reformara el
antiguo calendario por el que se regían los romanos.
Este antiguo calendario fue una
invención, según la leyenda, del rey Numa Pompilio, aunque la realidad parece
apuntar a una creación etrusca. Se trataba de un calendario lunar que intentaba
ajustarse al año solar, intercalando en un calendario primitivo de Rómulo dos
meses, Enero y Febrero. Por tanto, el primer calendario que tuvieron los
romanos fue el de Rómulo, que constaba de diez meses lunares.
Ni el calendario de Rómulo, ni el
de Numa Pompilio resultaban eficaces, pues había desfases evidentes e
importantes entre las estaciones y los meses, lo cual obligaba a los sacerdotes
a intercalar días en los meses para ajustarse al año solar.
La reforma de Sosígenes consistió
en adoptar el calendario solar egipcio para todo el mundo romano, de manera que
el año durase 365 días y un cuarto. Ese cuarto de día se computa añadiendo un
día al mes de febrero cada cuatro años, concretamente el día sexto antes de las
calendas de marzo (calenda es el nombre dado al día 1 de cada mes). El nombre
propio de ese día era bis sextus ante kalendas martias. El
adjetivo castellano “bisiesto” encuentra aquí su origen y explicación.
Posteriormente, en 1582, el papa
Gregorio XIII reforma ligeramente el calendario juliano, y así ha llegado hasta
nuestros días.
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